Escribe: Dra. Sara Liponezky (Directora del Museo Hogar Escuela Eva Perón)

De las múltiples crónicas conocidas sobre aquel 17 de octubre de 1945, como hecho social inédito, de dimensiones imprevisibles, fundacional y transformador en la historia argentina del Siglo XX; resulta difícil elegir una. Todas son testimonios calificados de quienes como Lorenzo Pepe, Arturo Jauretche, Homero Manzi y Abelardo Ramos, tuvieron el privilegio de asistir, conmoverse y entender el sentido de esa gesta. Sin embargo, para otros fue el punto de partida de una desgracia nacional. 

La de Raúl Scalabrini Ortiz- muy citada- describe en una conjunción magistral de emoción y realismo sociológico la jornada. Dice así: “Corría el mes de octubre de 1945. El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente desde sus fábricas y talleres. No era esa muchedumbre un poco envarada que los domingos invade los parques de diversiones con hábitos de burgués barato. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de brea y de aceites. Llegaban cantando y vociferando unidos en una sola fe. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir. (…) Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado”. Raúl Scalabrini Ortiz (Tierra sin nada, tierra de profetas, 1973).

No fue un hecho aislado sino el mojón más contundente y disruptivo desde la revolución de 1943. El propio Perón lo entendió así. En su visión del escenario, desde el Hospital Militar donde había sido trasladado dice: “La Revolución hecha hacía un año y cuatro meses por el Ejército había sido comprendida y había pasado al pueblo y, en consecuencia, había triunfado”. Clarísima comprensión del valor que adquiere una Causa cuando se hace colectiva. Tampoco era mágico su liderazgo, resultante de una construcción gestada desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. Plasmada en políticas inclusivas y reivindicaciones que cambiaron la vida de los trabajadores y de vastos sectores marginados del quehacer económico y social. Alentados a organizarse en todo el país para defender los derechos conquistados. 

Ese punto de inflexión que brota en el 17 también pone en tensión las fuerzas que conviven en la sociedad argentina, tan desigual. Como su representación partidaria y mediática. Los voceros del privilegio definían al pueblo movilizado como “aluvión zoológico” y los progresistas de la Izquierda tradicional hablaban en su prensa del “candombe blanco”, “pistolerismo vs. coraje civil”. Haciendo gala de una miopía política que aun exhiben, incluso en sus posiciones parlamentarias.

Ese Movimiento nacido con tan poderosa legitimidad no encuadraba en el dogmatismo clásico. No proponía la lucha de clases, no adhería a modelos externos, era profundamente popular, identitario de nuestra nacionalidad y movilizador de emociones. Y la encarnadura de ese despertar nacional era el por entonces coronel Juan Domingo Perón. Por eso también la injerencia extranjera aliada a los sectores adversos, a través del embajador estadounidense Spruille Braden fue un detonante. Se hizo carne para siempre esa bisagra histórica entre dominantes y dominados, que surge cuando estos pretenden reafirmar su soberanía y su dignidad. Para aquellos compatriotas Perón resumía la conducción capaz de cristalizar sus expectativas y conducir los destinos del país emergente, que incluía también a buena parte de las Fuerzas Armadas y una clase media nacida al calor de la incipiente industria nacional. 

Han transcurrido 77 años, cambiamos de siglo y sufrimos una pandemia que desplomó al planeta. En  un contexto regional, nacional e internacional muy diferente, las tensiones y los actores son similares. Aunque vistan distinto, se maquillen para parecerlo y sus ventrílocuos (como llamaba Evita a alguna prensa) usen otros modos y lenguajes. Los nutridos amantes del status quo siguen defendiendo sus privilegios y rechazan ceder para compartir. Se aferran a sus beneficios, confían en el mercado y sienten que lo mejor siempre está fuera del país. El “subsuelo de la Patria sublevada” al decir de Scalabrini resiste todos los embates sin claudicar. No se rinde ante el saqueo de los buitres externos y sus cómplices internos. Pero las sucesivas frustraciones, las dificultades para subsistir y la persistencia de mezquindades esta germinando un clima de insatisfacción e indiferencia preocupante. Porque la política como acción virtuosa para el bienestar de una comunidad solo vale si se nutre de participación popular; si su representación asume los desafíos y obstáculos con esa fortaleza e integra voluntades en un rumbo común.

Días atrás el presidente de la República recordó otra vez aquella letra emblemática de María Elena Walsh, en La cigarra: “Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí…”. Creo que en esa victoria del pueblo el 17 de octubre de 1945 reside nuestra poderosa resiliencia.